Como la realidad que viviamos en Cuba durante los años cincuenta, impactó en mi. Por Enrique A. Meitín Otro día genial, debido a mis correrías en el nuevo centro de actividades de mi niñez-adolescencia en que se convirtió El Vedado, para este habanero fue sin dudas lo ocurrido cuando apenas cumplía los catorce años de edad, momento en que ya me creía merecedor de ambular solo por sus calles y parques, y no custodiado por mis mayores, ni junto con mi hermano... aunque en honor a la verdad nunca su compañía me resultó una carga, mucho menos un estorbo, para llevar a vía de hecho nuestros más descabellados planes... He aquí el relato, contado de manera sucinta y breve... Recuerdo que la brisa algo fresca de la tarde cortaba mi cara enrojecida por la desesperación de la fuga, mientras las gotas de sudor me bajaban desde la frente, produciéndome una ceguera momentánea e irritante al caer dentro de mis ojos, lo que hacía que me tambaleara a medida que bajaba ruidosamente las escaleras de la ciudadela de la calle F de la barriada habanera de El Vedado, ante la mirada de asombro de algunos vecinos, con los que me topaba en mi loca carrera. Casi volaba por los escalones y barandas, saltando cualquier tipo de obstáculo, quedando demostrado no sólo la agilidad que tenía entonces, sino también la preparación física, lo que sin dudas me había permitido que mis compañeros me consideraran un buen deportista… Tras abandonar la calle 21, y separarme de mi amigo, que pretendía, corriendo en dirección contraria alcanzar la calle 23 seguida en su desaforada huida por dos policías que se lanzaron del carro perseguidora con sus revólveres al aire y gritando. --- ¡Deténganse hijos de putas!... Yo por mi parte, me olvidé de él, y corrí más fuerte que nunca, aproximadamente unas tres cuadras antes de tomar la Ruta 30 que subía por 19 casi sin detenerme ni mirar atrás, ya que el chofer del ómnibus solidarizándose, y como si me esperara, aminoró la marcha y abrió la puerta de atrás, permitiéndome que saltara al estribo de la “guagua (nombre que se le da popularmente en Cuba a los ómnibus) para una vez que yo me encontrara arriba, acelerar, abandonando el lugar. La verdad era, que si bien el no sabía el motivo de la persecución, se había arriesgado en ayudarme sin conocerme siquiera… y debo apuntar que tampoco yo conocía, el motivo de aquella persecución. … En realidad era la primera vez que me dejaban ir sólo al cine, sin la compañía de mi hermano. Pero ante mi suplicas por ser de día y de que no iba a ocurrir nada, además por haber cumplido ya catorce años, mi madre por fin me dejó salir, pero advirtiéndome que regresara antes de que volviera papá del trabajo, que no me detuviera en ningún lado y que regresara en ómnibus a la casa, a pesar de que vivíamos cerca del Cine, y podía volver a pie. Así ocurrieron las cosas, acudí al Cine, vi mi película, un tanto aburrido…de acción sin imaginarme siquiera que mejor estaría la película que minutos después viviría personalmente. Sin prisa alguna de regreso a casa… pues decidí volver a casa caminando sin preocuparme la reprimenda que podía acarrearme mi madre en caso de que se enterara, cuando bajaba por el bellísimo paseo arbolado de la calle G del Vedado, que había sido el escenario de mis juegos en patines y “chivichanas”, cuando solo ese ejercicio llenaba mis días de niño, me recordé de las competencias que realizaba con otros “mataperros” del barrio, como yo, brincando bancos y barriles de manteca vacíos. Me acorde también que en numerosas ocasiones llegue a casa mostrando moretones y raspaduras en las piernas, por las caídas y con los pantalones rotos por las rodillas, pero con el orgullo ---también en ocasiones---, de ser el vencedor. Hoy pasado tanto tiempo me viene a la mente, como suplicábamos a los bodegueros que nos regalaran esos barriles, alegando que nuestros padres fabricaban muebles con ellos, y como los alineábamos uno delante de otros hasta sumar dos, tres, cuatro, para saltar por encima de ellos patinando, hasta que ganaba el que pudiera saltar mas barriles en patines... pero volvamos a la historia... Mientras bajaba por la pendiente que tenía la parte cementada del parque de la también llamada “Avenida de los Presidentes”, debido a la existencia en cada tramo de preciosas estatuas de los presidentes de la Cuba republicana esculpidas en mármol por excelentes artistas europeos de la época, de pronto vi a mi amigo. Un joven de aproximadamente veinte años, que había competido con gran éxito en todos los deportes del Colegio al cual él había entrado después de haber cursado la Primaria en una Escuela Pública, según demostraban las fotos, trofeos y galardones que colmaban el despacho del director. Era por ende el ejemplo a seguir por todos los deportistas de los colegios privados de aquel entonces, entre los cuales yo era uno más… pues yo al igual que él, con solo once años gane una beca en el mismo Colegio, para jugar baseball –para nosotros la “pelota” ---, de inmediato no solamente fui su discípulo, del que tanto aprendería, sino también traté de ser su amigo, pese a la diferencia de edad, lo que fue posible debido fundamentalmente a que teníamos muchas cosas en común. …no me topaba con él hacía mucho tiempo, pues había dejado de asistir a los entrenamientos y solo de cuando en vez acudía a las competencias, por lo cual me resultó muy grato encontrarme con el que yo consideraba mi entrenador, lo saludo efusivamente y continuamos ambos , juntos caminando por la arboleda sin percatarnos de momento, que casi rozando la acera del parque bajaba por la avenida rumbo al “Malecón” (arteria principal de la ciudad que bordean el litoral desde la “punta” hasta la desembocadura del Rio Almendares), una “perseguidora” (carro patrullero de la policía de entonces) cargada de agentes armados reparando en cuanto transeúnte circulara por allí… …íbamos “forrados hasta el cuello” pues hacía algo de frialdad. Yo lucía un suéter púrpura de estambre confeccionado por la “vieja”, sobre una camisa blanca de cuello y unos pantalones beige colegiales apretados, con mis zapatos negros, mientras él, según me confesó, estrenaba una chaqueta deportiva de color mostaza, al estilo de la moda, enfundado en unos pantalones carmelita, también de corte de “tubo”. Su camisa de color amarillo muy pálido dejaba entrever hacia la derecha de la cintura un abultamiento sobre el cual reparé de inmediato y le pregunté a tono de burla si cargaba un “hierro” (pistola en el argot del barrio). Terminaba su indumentaria en unas medias blancas y unos zapatos también carmelitas tipo mohicanos. … fue en ese preciso momento, al dejar atrás el primer bloque de parques, en que el carro patrullero se acercó mucho más a la acera por donde caminábamos conversando. Me di cuenta que uno de los agentes reparaba en nosotros e hizo un comentario con el resto de los sicarios, obligándolos a mirar directamente hacia donde estábamos. Mi amigo que había notado ya la cercanía de la policía, sin volverse y sin hacer movimiento sospechoso alguno, me dijo casi en un susurro… ---Están siguiéndome, si me identifican estoy muerto… si tú ves que salgo corriendo, has tu lo mismo pero en dirección contraria, ellos tendrán que bajarse de la perseguidora para aprendernos y nos darán el tiempo suficiente para huir… ---Tú conoces muy bien esta zona, así que piérdete lo antes posible… Si no me ves más, no preguntes por mí a nadie, y menos en el Colegio, ¡Oíste hermano!… suerte y hasta otra oportunidad… Ojala sea pronto… Esa oportunidad no tendría lugar… …tomado por sorpresa por las palabras de mi amigo entrenador y por la pesadilla que estaba viviendo, no supe a que atinar y sentí como la piel se me ponía de “gallinas” y un fuerte frió, mas del que hacia esa tarde, recorriera todo mi cuerpo, mientras apretaba fuertemente la boca para que no pudiera oír cómo me tiritaban los dientes y fuera a pensar que era un cobarde. Pensé entonces de lo que ocultaba bajo su camisa… Claro, pues está siendo buscado por la policía. Creo que también pensé de lo que se había librado mi hermano si hubiera venido conmigo. …sólo sé que continuamos caminando fingiendo que no ocurría nada, pero todos nuestros sentidos estaban en estado de alerta, analizando de antemano por donde podríamos escapar en caso de que tuviéramos que hacerlo. De inmediato me pareció sentir en mi cuello la respiración de uno de los policías, cuando exclamó en un grito… --- ¡Esos son! ... Párense ahí partida de cabrones… …de ahí en adelante todo se hizo vertiginoso… solo vi delante pasar los bancos del parque, las ramas de los arbustos y las hojas que caían de estos, las bocinas de los autos y el choque con algunos transeúntes… solo corriendo mas allá de lo que daban mis piernas evadiría a mis perseguidores… sabía que si llegaba a la intersección de la calle F y 21, todo habría pasado… …nunca antes creo que corrí a tanta velocidad… de haber sido así hubiera ganado cualquier prueba de campo y pista donde nunca obtuve medalla… no miré ni en un solo momento para atrás, no se me ocurrió siquiera... sólo correr y correr zigzagueado mientras aumentaba la velocidad, como en las películas… tal vez me perseguían, tal vez no… nunca lo supe a ciencia cierta… …después que me subí al ómnibus respirando con dificultad, ante la sonrisa del chofer proyectada por el espejo retrovisor y la preocupación de algunos pasajeros, una vez sentado, evalué lo ocurrido y me puse más nervioso aun. Pensé que tal vez era yo ahora un perseguido más, el más joven de todos los comprometidos en la lucha contra el régimen... …pensé también en lo que me pasaría cuando se enteraran mis padres… yo por supuesto no les iba a contar nada pues no me dejarían salir más…tampoco lo haría, dejaría pasar algún tiempo… pues el susto que pasé no lo merecía… Solamente mi hermano se enteraría de todo lo ocurrido, con él no había problemas, aunque mucho me alegraba que no hubiera estado conmigo, pues tal vez no hubiese escapado, el no corría mucho y veía poco… pero por otra parte si hubiera estado a mi lado, hubiera estado más seguro, el siempre me protegía. Transcurridos varios días, y cómo los días de todos los muchachos plenos de nuevas aventuras. Donde se conjugaban las clases, los entrenamientos, las fiestas entre amigos, los juegos, las niñas… y todo lo demás… lo que me ocurrió aquella tarde pasó a ser un capítulo más de mi entrada en la adolescencia, aunque fue un episodio vivido intensamente… Mi amigo después, aparecería una y otra vez en mis sueños aun de niños, batiéndose a tiros con la policía y muriendo de forma heroica al igual que le había ocurrido en la realidad, unos días después de nuestro encuentro.
Enrique A. Meitin (Cuba-1943) periodista y escritor radicado en Estados Unidos. comocorriesedia