¿Por qué buscar otra vida fuera de nuestro planeta, sin en esta hay mucha que no vemos?.
Hace años, muchos años, tantos que la memoria de los hombres no alcanza a recordarlo, convivían en este mismo planeta cientos de seres inteligentes de diversas esencias y procedencias, con las más variadas características físicas y las más curiosas naturalezas.
Los seres humanos no eran entonces, los reyes de la creación, simplemente eran un grupo más bajo el sol, y no precisamente los más dotados.
Por aquel entonces hadas de todos los tamaños surcaban los mares y los cielos, los bosques y las selvas, los valles y las montañas. Nadie habitaba en los desiertos porque entonces no existían las tierras yermas ni las arenas se amontonaban más allá de las playas de los mares. Todo era verde y lujurioso, abundante y fresco; el mundo aún no se había corrompido.
La música estaba presente en todas partes, porque la armonía reinante era tal, que la música brotaba de las fuentes y las flores, sin necesidad de que instrumento alguno tuviera que tocarla.
En aquellos tiempos las montañas tenían conciencia y personalidad y los árboles tenían movimiento y voz.
Incluso algunos animales eran inteligentes y se comunicaban con los demás en el lenguaje universal.
Así se vivió durante miles de años, hasta que un buen día comenzó la división espacio temporal de las conciencias, y poco a poco los seres fantásticos empezaron a partir hacia distintas dimensiones, mientras que los hombres y los animales menos inteligentes se quedaban en lo que ahora conocemos como la parte real y material del planeta Tierra.
Los elfos y las hadas, los gnomos y los trol, los duendes y los magos empezaron a desfilar hacia sitios tan remotos y desconocidos, como cercanos y habituales. Los hombres también tuvieron su oportunidad, y muchos de ellos, como los atlantes, los semielfos y las semihadas, se marcharon con las primeras oleadas de evacuación, pero la mayoría se quedó a pesar de las amenazas y los males que todos los oráculos vaticinaban.
La tierra se enfrió terriblemente, y lo que fueron extensas selvas y hermosos mares se convirtieron en zonas heladas y montañas eriales, sin conciencia ni vida propia. Muchos arboles parlantes, echaron raíces muy profundas para sobrevivir a los cataclismos ante su imposibilidad de abandonar a tiempo este planeta junto con sus hermanos, y se convirtieron en árboles fijos y mudos, apesadumbrados por su mala suerte, llegando incluso a petrificarse. Los volcanes rasgaron la faz de los valles, y donde antes había vergeles, aparecieron desiertos calcinantes.
Hubo guerras de dioses y semidioses en los cielos, y una gran desesperación entre aquellos que se quedaban condenados a permanecer bajo tierra o bajo agua, condenados a las profundidades por no haber huido cuando aún era tiempo.
¿Por qué se quedaron tantos grupos de hombres en aquella Tierra que empezaba a perder su música y armonía?
¿Por qué no huyeron a lomos de los dragones o en las naves veladas de los elfos?
Por pura y simple ambición, porque hasta los monos parlantes que no eran demasiado espirituales ni inteligentes, se apresuraron a abandonar esta dimensión cuando se dieron las primeras voces de alarma.
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