Nuestros actos perduran por generaciones, he aquí un ejemplo real de trascendencia de un acto.
Este artículo versa en una historia familiar actual y verdadera, la cual es relatada de la manera más objetiva posible, con nombres diferentes al de los auténticos protagonistas, y es presentada al lector con la única finalidad de sacudir su conciencia, ya que estos hechos permiten evidenciar, que lamentablemente nuestros pecados perduran por generaciones, por ello, es importante evaluar para corregir cada uno de nuestros actos pasados, presentes y futuros.
(Pecado: Por definición Católica, es todo aquel acto que contraviene los Mandamientos de la Ley de Dios y nos aleja de un Estado de Gracia ó de Comunión con Dios, pero para efectos de este artículo, también es todo acto ejecutado en contra de los valores indispensables del hombre, y que por su efecto, genera daño a otra persona)
¡He aquí entonces, el relato de estas vidas!
Don Poncho era un hombre exitoso del siglo pasado, poseedor de muchas propiedades y negocios que le generaron una riqueza importante, sin embargo, Don Poncho sustentó su “bienestar” en banalidades que lo orillaban a pecar constantemente.
Don Poncho casado con Doña Rosenda, con quién procreó cinco hijas, no le importó sostener una relación con otra mujer, con la que también procreo hijos fuera del matrimonio. Su Esposa, Doña Rosenda, mujer formada en las buenas costumbres y en la religión, al darse cuenta de las continuas infidelidades de su marido, no tuvo más opción que buscar resarcir su mancillada dignidad, a través de la separación conyugal.
El Pecado lamentablemente se había ejecutado. “Adulterio”
Imelda, la hija mayor de Don Poncho y de Doña Rosenda, quién tenía entonces mayor grado de conciencia que sus cuatro hermanas, con un actuar totalmente loable, admirable y responsable, decidió apoyar a su madre ante la dolorosa fractura familiar, ejerciendo a partir de entonces, el rol compartido de Tutor, para educar y encaminar por el mejor sendero a las hijas de aquel matrimonio ahora destrozado por las infidelidades del padre. Ambas mujeres, Madre e Hija, eran entonces “Madre y Padre a la vez”, combinando sus esfuerzos en cubrir la lamentable y dolorosa ausencia paternal.
Imelda, apoyaba a su madre combinando la responsabilidad de guiar y formar a sus hermanas, trabajar para apoyar con el sustento familiar, y contribuir con labores del hogar, obligaciones tempranas que sirvieron de base para transformar inconscientemente su carácter, lo que significó en la adopción de actitudes que establecían el derrotero de su vida y por consecuencia la vida futura de sus descendientes.
(El Ser Humano goza de Salud Física, Salud Mental y Salud Emocional, sin embargo la Salud Emocional generalmente es la que menos atención recibe cuando presenta trastornos, y es también la que recibe más ataques externos, inclusive que la Salud Física.)
Imelda, ocupó entonces involuntariamente la “silla de su Padre”, a quién por cierto le tenía un quizás justificado, pero agudo rencor, producto de la infidelidad en contra de su Señora Madre, y producto de la difícil situación moral, social y económica en que había colocado a seis mujeres, por ello es que psicológicamente se explica, que Imelda dejara de vestirse como lo hacían todas las mujeres contemporáneas; Así comenzó a usar más pantalones que faldas, desechó por completo el maquillaje, modificó su corte de cabello por uno muy corto y discreto, y utilizó en adelante los pendientes más pequeños que encontró, sin que ello implicara asumir en ella algún tipo de desviación o preferencia sexual, sino que ante el rol impuesto, inconscientemente requería apoyarse en una imagen personal que transmitiera autoridad, control y disciplina.
Producto de esta vivencia familiar, como un natural acto reflejo, Imelda buscaría que la “infidelidad varonil”, jamás se hiciera presente en su matrimonio, así que este era el principal factor que dominaría en su elección de pareja, siendo entonces la única variable de personalidad, que para ella, le permitiría garantizar la fidelidad de su esposo; era necesario que su compañero tuviere la personalidad más sumisa posible, obteniendo con ello la mejor herramienta de control para impedir una replica de tan lamentable antecedente de pecado vivido.
Imelda tenía que asegurarse de no ser objeto de una infidelidad conyugal, como un acto reflejo al natural rechazo del doloroso y traidor pecado que cometió su mismo padre.
Así es que Imelda, se casó con un hombre falto de carácter y de personalidad, lo cual no es citado con el afán de demeritar su condición, sino por establecer un patrón de conducta y personalidad que permitiría el desarrollo de un “caldo de cultivo”, para que el pecado cometido, siguiera causando daño al paso de generaciones venideras.
Alberto, esposo de Imelda, hombre sencillo que por desgracia había sufrido de abandono y carencias en su infancia, se unió a Imelda con un sano y abundante amor y admiración. Doña Rosenda, madre de Imelda, al conocer la condición humilde de su yerno, tardó tiempo en aceptarlo, quizás por que inconscientemente, Alberto le significaba un “nuevo adversario” que le alejaba de tan valorado apoyo moral que le significaba su hija mayor.
Alberto, hombre bueno pero inculto, poco a poco se ganó con sus actos a ambas mujeres; Suegra y esposa reconocían en él, su condición de trabajo, honestidad y sumisión, siendo estos patrones de conducta, de gran valor para Imelda, ya que poco a poco fue imponiendo en su marido, un absoluto y enfermizo control, ejercido inclusive con violencia, al coartarle cualquier intento de ejercer su individualidad, de ahí que por ejemplo, Alberto no tuviera ningún amigo, y mucho menos alguna actividad de índole personal.
Imelda tomaba todas las decisiones en el matrimonio, las cuales normalmente deben ser producto del acuerdo mutuo basado en el amor de pareja, en donde ambas partes deben dejar a un lado el egoísmo natural del ser humano y enfocar sus esfuerzos y acciones en lograr un bien común, armónico y en donde se refleje la unión espiritual de la pareja.
(Dentro de cualquier organización incluyendo al matrimonio, si una de las partes decide por mutuo propio, acaparar la potestad de tomar las decisiones, debe hacerse cargo también de las obligaciones, es decir, si quieres ser dueño absoluto de la autoridad, debes tener también la absoluta responsabilidad, no es posible tener la autoridad y trasladar la responsabilidad a los demás)
Imelda desarrolló otro temor en su inconsciente que se manifestó en una fobia. Fobia por la limpieza desmedida, lo cual es sin duda, otro de los trastornos emocionales generados por los infames actos de su padre, ya que el temor a la suciedad, se traduce psicológicamente como el reflejo inconsciente por el temor a “la suciedad moral que ejerció su padre” al tener relaciones con mujeres de la calle y/o poco dignas ante la perspectiva de la esposa e hijas.
Imleda obligaba duramente a que las personas de su familia lavaran con jabón cualquier envase que se colocaba en la mesa; para ingresar a su casa había que restregar los pies en tres diferentes trapos impregnados de cloro y colocados estratégicamente; ella misma cuenta con orgullo, que cuando nacieron sus hijos y regresó a casa del hospital, colocaba al niño(a) en la puerta de la casa para desvestirlo y retirarle la “ropa contaminada” por las manos del personal del hospital.
(La germenofobia es una obsesión por la higiene. Las personas exageradamente preocupadas por la limpieza, tienen un exceso de ansiedad que vuelcan a través de actos repetidos de higiene, constituyendo verdaderos rituales para disminuir el miedo, intentar calmarse y eliminar pensamientos y sentimientos que le invaden la mente, sin lograr su cometido. Demasiada limpieza es una señal de un desorden obsesivo compulsivo. Quién comete jornadas de limpieza extenuantes necesitan ayuda para recuperar su control. Marcela Toso- Psicóloga)
Alberto e Imelda procrearon tres hijos: Juan Alberto, Imelda y Hernán.
El hijo primogénito es históricamente el más consentido en las familias, ya que es el hijo que desarrolla en los padres la primera experiencia de paternidad , sin embargo, la dura carga psicológica de ambos padres, los orillaron por adoptar una recalcitrante predilección hacia el hijo mayor. Lo anterior se explica, por el producto de las carencias materiales y emocionales sufridas históricamente por el padre, y por la fijación impresa de rechazo en la mente de Imelda, generada por el pecado del su padre, situación que se tradujo particularmente en Imelda, como la gran oportunidad que tendría en formar y educar a su hijo primogénito varón como el “hombre ideal.” (Fiel y sumiso)
Los hijos del matrimonio fueron creciendo entonces con una marcada predilección por el hermano mayor, lo cual derivó en severas afectaciones emocionales para sus hermanos, ya que conforme fueron teniendo conciencia de estas marcadas diferencias, fué que tuvieron conciencia de un cierto rechazo emocional.
El mayor de los hijos, acostumbrado al consentimiento de sus padres, se convirtió en un hombre con una desmedida ambición por el dinero, una insana afección por el alcohol, y una reducida espiritualidad, lo cual detonó en graves decepciones a sus padres, ya que fué un joven por demás problemático.
El mayor de los hermanos, Juan Alberto, era violento, egoísta, irresponsable y mal agradecido, pero gozaba aún de más prerrogativas que sus hermanos.
Por otro lado, Imelda hija, desarrolló graves trastornos de inseguridad y co-dependencia, lo cual propiciaba rebeldía manifestada en un bajo aprovechamiento académico, lo que se traducía en una muy mala comunicación y roces con su madre, quién era la encargada de corregir y liderar el ambiente familiar.
Hernán, el menor de los tres hijos, educado en un ambiente en donde continuamente se demeritaba la figura paternal, también desarrolló un trastorno de personalidad, convirtiendo su carácter en un ser totalmente sumiso, producto de la inseguridad que fundó el desplazamiento que le transmitieron sus padres, al tener marcadas preferencias por el hermano mayor.
Hernán, creado bajo un esquema matriarcal, en donde las decisiones familiares las tomaba la madre, pero las responsabilidades eran del padre, y el padre a su vez tenia nulo valor de opinión, provocó en él, una tremenda inseguridad e indefinición emocional, ya que vivió educado en un ambiente en donde el hombre simplemente no tenía valor. Nunca logró concluir sus estudios de secundaria, no tenía oficio alguno, situación que fue agravando su estado emocional, ya que la familia lo desplazaba constantemente.
El pecado del abuelo, continuaba arrastrando emociones negativas, y por lo tanto generadoras de mal.
El hijo mayor se casó con una joven que tenía una hija de otra relación, sin embargo, Juan Alberto admirablemente al inicio de la relación aceptó a la menor. Procrearon un hijo, y Juan Alberto comenzó a tener predilección por su hijo legítimo varón, así que la familia se fracturó en “dos bandos”, el de las Mujeres consanguíneas y el de los hombres consanguíneos, desarrollando una relación intrafamiliar un tanto violenta, sostenida únicamente por las riquezas materiales y la competencia, con severos conflictos generados por el alcoholismo en alto grado de Juan Alberto. Nuevamente se hacía presente la repercusión del “pecado original” en la vida de una familia, afectando ahora, a los primeros bisnietos de Don Poncho.
Imelda hija, se casó con un joven, con el que procreó dos hijos: Mateo y Jimena. Este matrimonio desde que comenzó, fue el asedió enfermizo de Imelda Madre, ya que al casarse su hija, volvió a florecer en ella el gran temor impreso por la infidelidad, así que enfocó todos sus esfuerzos, en aconsejar a su hija para que ejerciera el mismo control que ella había logrado ejercer por años, con y contra su pareja.
El marido de Imelda (hija) era un joven común, que dedicaba todos sus esfuerzos por generarle bienestar a su familia a través de su trabajo. Este joven tenía quizás muchos defectos, pero no era propenso nunca al alcohol, a las infidelidades maritales, a desveladas, a la flojera ó irresponsabilidd, su simple vida se centraba en su familia y en su trabajo.
El joven trabajaba en un banco y sus horarios de trabajo eran excesivos, así que su suegra vivía constantemente interviniendo en el matrimonio de los jóvenes, obligando a su hija a que cuestionara y presionara a su marido por que dejara ese empleo que demandaba tantas horas de trabajo al día.
Después de nueve años de matrimonio, por fin Imelda Madre, influyendo irracionalmente en su hija, detonó la fractura del matrimonio. Ante los infundados, incasables y cada vez más violentos cuestionamientos de Imelda hija sobre los horarios de trabajo de su marido, los cuales comenzó a recriminar violentamente frente a los dos pequeños hijos de la pareja, el joven marido, cansado de ello y preocupado por la inevitable violencia que presenciaban los dos menores hijos, decidió mejor separase del domicilio conyugal.
Debido a que el esposo de Imelda, fue el que tomó la decisión de separarse, cansado del infundado y enfermizo ejercicio de control que prevalecía en su relación, ejercido con desmedida violencia verbal, generó en Imelda madre un rencor enfermizo hacia el joven, similar al que había arraigado durante años por su padre, ya que la separación de la hija, fué un sentimiento equiparable al de la infidelidad que le transmitió su padre.
El joven ama profundamente a sus hijos, así que a diario hacía una pausa en sus deberes para visitarlos y convivir con ellos, sin embargo poco a poco le fueron restringiendo el tiempo de convivencia, cambiando chapas en su casa, ocultando a los niños en casa de los abuelos maternos, y en casa de familiares que residían en otras ciudades, por lo que el joven desesperado, se vió forzado en acudir a la ley para hacer valer los derechos de convivencia de sus hijos y los propios.
Cuando Imelda hija recibió la notificación judicial de su marido para poder convivir con sus hijos, ocho meses después de que se habían separado, contestó a la autoridad que su marido pretendía extraer a los menores para llevarlos al extranjero, medida que tenía como objetivo impedir a toda costa que el joven conviviera con sus menores, como un acto de venganza ante la separación del joven, usando a los menores como herramienta para culminar este acto de desprecio y desobediencia.
Nuevamente las afectaciones emocionales, producto del pecado de un antepasado, tenían un efecto generacional, destruyendo ahora, a una segunda familia.
Como cité al principio, esta es una historia real de personas que consciente ó inconscientemente se han visto afectadas por el pecado de un antepasado. Pecado que fué cometido por buscar un breve momento de placer, sin medir irresponsablemente la onda de repercusión que tendrían sus actos.
Esta es la historia de una rama familiar, ya que hay que recordar que la aventura de Don Poncho, generó impactos en la vida de otros seres humanos, que sin deberla ni temerla, también tuvieron afectaciones, y que quién sabe ¿hasta donde termine esta cadena de acontecimientos? que afectan emocionalmente a otros seres, y por tanto se traducirán en patrones de conducta.
Imelda Madre, portadora de tanto mal, quizás no es consciente de su origen (Salud Emocional), sin embargo es plenamente consciente de sus actos, los cuales realiza sin ningún temor a pecar.
La moraleja de esta historia real, es que un acto bueno, basado en la verdad y en los principios que Jesucristo nos enseñó, quizás no perdura en el tiempo, como perdura la corriente del mal, que aprovecha la hilatura emocional, para seguir procreando su infame objetivo……generar más mal.
Por ello, antes de actuar con mal, piense que sus actos repercuten en la vida de seres que no tienen porque pagarlos.
Piense en los motivos que regulan sus acciones actuales, deje a un lado la soberbia y la mala fe hacia su prójimo, ya que quizás sus acciones están siendo manejadas por el poder del mal, usándole como el instrumento ideal para lograrlo.
Vea usted en este ejemplo de la vida de Imelda Madre.
Su apariencia física tiene tendencias varoniles (lo cual es citado como una característica de personalidad, no como un sentimiento xenófobo), como apoyo de imagen personal para adoptar el rol de control, de poder, de autoridad ante sus familiares, ya que desde muy joven fué colocada ante una responsabilidad que no le correspondía.
Su afán por ejercer la autoridad en el hogar, minimizando con violencia a su cónyuge, con tal de menospreciar la figura paternal que en su subconsciente rechaza.
Crear marcadas diferencias entre sus hijos, eligiendo a uno de ellos como el “prototipo” del hombre que ella siempre idealizó en su propio padre.
El temor irracionalmente incrustado por la infidelidad del hombre, no le permite confiar en su pareja, por ello su afán de someterla rigurosamente, y cuando su única hija se casa, considera indispensable poner todo su empeño por impedir cualquier riesgo que implique para ella, una posible fuente de infidelidad de su yerno.
El pecado de un hombre lleva a cuestas la aniquilación de tres familias que procrearon hijos. Ahora estos hijos (nietos) que han crecido en un nuevo ambiente de fractura, tendrán el riesgo de verse involucrados en situaciones similares, producto del trastorno emocional que han vivido producto de los hechos narrados.
Por: Juan Mitxelena
Mayo del 2012.