El origen de Yuracmayo
Hacía muchísimo tiempo atrás que nuestra albariza tierra andina de Yuracmayo sufría de una intensa sequía, donde todo era seco; y un vasto y extenso manto de color marrón, moteado con amarrillo —hierbas secas— cubría la superficie terrestre, era el Valle Seco que así se le denominaba aquel infecundo lugar, que al pie de la cordillera estaba.Seco la quebrada, seco los cerros, seco la tierra, en fin todo el valle era seco y desolado.
No había pájaro alguno que cantase al amanecer, ni animal que deambulase feliz por aquellos desérticos parajes, ni planta que pudiera sostenerse en esta pobre tierra, porque la vida no existía ya en Valle Seco. Solamente había soledad, melancolía y desdicha.¿Qué había pasado en Valle Seco? Los antiguos pobladores no usaban racionalmente el agua de una laguna, ubicado bajo los picos elevados de la cordillera, sobre los elevadísimos cerros de Yuracmayo; y en las que sus aguas vertían hacia una quebrada en medio de dos cerros formando un río. Y éstos que vivían al pie de un enorme cerro, en forma piramidal, formaban un hermoso valle con casitas rústicas construidas a base de barro y piedra.
Los yuracmayinos ramificaban las aguas de este río a través de largos canales de regadío que enverdecía todo el accidentado terruño. La gente ensuciaba el agua ya defecando en sus orillas, ya arrojando la basura u otras veces pescaban truchas con barbasco —planta venenosa oriunda de la selva—, muriendo los peces chicos, medianos y grandes del río.
Nunca se preocuparon por cuidar el único río que de la gran laguna venía hacia sus tierras. Un día vino la diosa Pachamama, convertida en una humilde ancianita vestida de trapos sucios y descalza; atravesando por el centro del pueblo, se dirigió hacia la quebrada a beber un poco de agua, y así calmar su sed que tenía como consecuencia del largo trajinar que había hecho; pero al llegar a la orilla, vio a unos hombres que sacaban gran cantidad de truchas muertas, que en aguas arriba habían vertido raíces molidas de barbasco. No podía tomar el agua, y montando en cólera de aquella brutal forma de pescar, lanzó una maldición a todo el pueblo.
Fue entonces, donde empezó a intensificarse los rayos del sol, y a derretirse toda la nieve que en la cordillera había y que desembocaba en la única laguna, alimentando desmedidamente el nivel de sus aguas; no resistiendo el embalse, se desprendió una gran parte de la laguna, arrastrando consigo enormes piedras y gran cantidad de lodo por toda la quebrada ensanchándola, hasta no quedar una sola gota de agua. El cielo presentaba un intenso azul sin nubes, y todo el valle se calentaba.
No había viento para oxigenar a las plantas del sofocante calor, que se marchitaban secándose expuestos al sol. Todo el caudal del río blanco y espumoso iba disminuyéndose rápidamente hasta desecarse por completo en unas cuantas semanas. Morían los animales por falta de hierbas verdes para alimentarse y de la falta de agua para beber. Las aves huían precipitadamente del infierno que amenazaba con extenderse en aquel maldito lugar; y lo único que atinaron hacer, los hombres con sus mujeres, era marcharse en busca de otras tierras, llevándose a sus pequeños hijos. Y se fueron para la selva.
Allí no podían vivir por el sofocante calor, y sufrían de muchas enfermedades a la piel por las incesantes picaduras de los insectos; también sufrían de enfermedades estomacales por los frutos silvestres que consumían y que no se adecuaban a su dieta; no podían poner en práctica su incipiente trabajo agrícola, ni podían dedicarse a la caza de animales salvajes por la enmarañada y tupida vegetación, porque no contaban con armas ni herramientas apropiadas para tales propósitos.
Los ríos eran muy caudalosos y profundos que no les permitían pescar en sus aguas, al no poder acondicionarse a esta forma salvaje de vida, los niños más pequeños se morían al enfermarse de hambre, y algunas mujeres morían de tristeza. Entonces, ellos comenzaron a extrañar a su tierra, y lloraron derramando gruesas lágrimas de dolor y tormento.Extrañaban su valle, donde alguna vez había reinado la vida para ellos, acostumbrados a su clima de dos estaciones maravillosas durante el año: el frío invierno de abundante lluvia que era muy propicia para la agricultura y la pesca; el templado verano para la caza y para el barbecho.
Cómo añoraban la pesca de truchas de su río, de aguas puras y cristalinas, en la que hacían pequeños pozos, luego drenaban el agua y así atrapaban enormes peces; y si por casualidad encontraban pequeñas truchas, las devolvían inmediatamente al río; pero ésta racional costumbre, lo habían olvidado por el trabajo fácil y ambiciones desmedidas. Ahora pagaban las consecuencias por haber envenenado las aguas de su río, que también, era conducido por acequias para regar sus chacras de papas, maíces, habas y lechugas.
Más arriba, por las alturas sembraban el olluco, la cebada, la mashua y la oca; que se cultivaban en épocas de invierno aprovechando las aguas de la lluvia. Y con las hierbas del campo alimentaban a sus cuyes que en sus casas criaban; el leño les servía como combustible para cocinar sus alimentos, que lo obtenían de los árboles y arbustos del campo. En fin la vida alegre, fresca y libre se ofrecía en ese valle feliz.
Nada les faltaba y lo habían perdido todo, por el simple hecho de no haber cuidado las aguas de su único río. Los hombres con sus mujeres y sus pequeños hijos que quedaban, y que lo estaban pasando bastante mal en la selva, decidieron retornar a su tierra, encontrándose muy arrepentidos, y pensando pedirle perdón a la Pachamama. Al regresar a su valle, ascendieron a los altos cerros y se postraron al pie de la cumbre puntiaguda de una gigantesca montaña para ofrendar un poco de coca y aguardiente traída de la selva, y le pidieron perdón a la diosa de la tierra, llorando y cantando al son de una triste muliza —música tarmeña— prometiendo cuidar las aguas de la laguna y del río. Al ver esto, la madre de la tierra se compadeció, y ordenó anublar el cielo.
Entonces, los sufridos hombres con sus mujeres y sus hijos, vieron caer finas gotas de lluvia humedeciendo delicadamente sus rostros al mirar el cielo; luego, descendieron hacia sus tierras bailando y cantando en agradecimiento a la Pachamama; ni bien hubieron llegado a sus casas, se oyó retumbar en Valle Seco los truenos y relámpagos; sin asustar a nadie, la tierra cantaba y se alegraba, y el perdón les había sido concedido. La lluvia era incesante, y, sobre la cordillera de Yuracmayo nevaba cubriéndose de blanco, para formarse luego tres hermosas lagunas por encima de los elevadísimos cerros.
De una de ellas empezó a chorrear agua hasta hacerse una corriente, y levantando espumas blancas, bajaba a toda prisa, y se estrellaba contra las piedras y rocas que encontraba a su paso; así se abrió su nuevo camino. Este río, en su recorrido, murmura ruidoso advirtiendo a la gente que no lo ensucie ni le arroje basura, ni tóxicos; y los lugareños le llamaron Yuracmayo (que en castellano significa: Río Blanco), de aguas claras, transparentes y burbujeantes.
Y Valle Seco, ahora es Yuracmayo, lleno de vida, con campos verdes, pequeños bosques de eucaliptos, con casitas blancas y de gente muy noble; que desde aquél día los pobladores viven tranquilos y felices respirando el aire de libertad, sin la falta de agua; y cuidando su río para que no tengan que recibir la maldición de la Pachamama.