Una buena ocasión para darnos cuenta de que el aspecto o los estudios de cada persona son secundarios.
La imagen que se suele tener del profesor universitario es la imagen de un tipo superior probablemente cínico. Es cierto en muchos casos, no les diré que no: muchos de ellos creen que todavía están impartiendo clase en los años sesenta y por eso es menester tanto tratarnos de “usted” como creer firmemente en la idea de que “el profesor hace lo que le da la gana sin contar con nadie porque es el profesor”. Sin embargo, este año hemos tenido uno que, curiosamente, y a pesar de tener un punto cínico y pedante, siempre se ha llevado muy bien con nosotros. Es un genio del humor; y un buen tío, por mucho que tenga ese lado tunante.
De hecho, cuando terminaron las clases sus últimas palabras no fueron las de agradecimiento, prototípicas y esperables; sino que nos dijo “bueno, vamos a comer algo”. Y eso hicimos: lo seguimos (su clase siempre termina a las dos de la tarde y encima era la última del curso), creyendo en parte que bromeaba, y nos quedamos patidifusos cuando entramos con él en una marisquería de Baiona. Balbuceamos que no teníamos dinero ahora mismo para pagar un restaurante, pero con toda la sencillez del mundo, dijo que invitaba él. Y claro, tras los infructuosos intentos de desistir de rigor, accedimos. Creo que no recuerdo la última vez que comí tan bien; allí, en túnel Baiona, la comida no procede de ningún sitio terrenal, sino de la Atlántida (por eso de que se hundió y es comida del mar), o del banquete de Poseidón.
En fin, el caso es que luego nos confesó nuestro profesor que el motivo por el que nos había invitado a la marisquería de Baiona era que no era tan caro como otros restaurantes que van de lujosos pero en los que luego la comida es sosa y poco abundante. Aquí es todo lo contrario.
La comida de la marisquería Túnel en Baiona no tiene ni punto de comparación con otros restaurantes similares.